Aurora temblaba aún cuando la noche estaba más oscura que nunca. El sonido del viento silbando en las ventanas y el murmullo lejano de la tormenta parecían menos aterradores que el cuerpo inerte de Dante frente a ella.
Ella solo podía repetir esa imagen, sus ojos endemoniados mientras que él la ultrajaba de la peor manera.
No se atrevía a moverse, pero su instinto la obligó a reaccionar. Con un nudo en la garganta y los ojos todavía empañados por el miedo, se arrodilló junto a él y alargó la mano con mucho cuidado.
Sus dedos fríos buscaron el pulso en la muñeca de Dante. Durante un breve instante, contuvo la respiración, temiendo no encontrarlo. Pero allí estaba: débil, pero constante. Exhaló un suspiro entrecortado, sintiendo que algo dentro de ella volvía a la vida.
—Dante… —susurro Aurora, pero él no respondió.
Aurora se mordió el labio inferior, y como pudo, intentó levantarlo. Su cuerpo era pesado, su aliento olía a alcohol, y su camisa estaba desordenada. Ella no sabía cómo