La luz menguante del ocaso dibujaba sombras alargadas en el sendero, mientras la mente de Antonio se impregnaba de inquietud por lo que podría encontrar al llegar.
Al alcanzar la cabaña, las puertas entreabiertas dejaban entrever un ambiente caótico y desolado.
Con cautela, Antonio empujó la madera desvencijada y se internó en el interior oscuro. Pronto, su mirada se posó en una figura tendida en el suelo, Ulises, notablemente herido, yacía con una pálida sombra de lo que había sido su arrogancia.
El rostro de Ulises estaba marcado por la sorpresa y el dolor, mientras una fina capa de sudor mezclada con sangre adornaba su cuello.
Sin perder un instante, Antonio se adelantó y con voz áspera, interrogó.
—¿Qué pasó aquí? ¿Dónde está Aurora? —preguntó Antonio caminando fijamente hacia Ulises.
Ulises, con dificultad para mover la cabeza, levantó la mirada buscando en el rostro de Antonio una respuesta que le permitiera comprender el caos reciente. Con tono entrecortado y cargado de pesa