Antonio caminaba por los pasillos de su mansión con paso firme, arrastrando consigo una mezcla de satisfacción y nostalgia que le endurecía el rostro y le iluminaba los ojos. El silencio del lugar solo era interrumpido por el eco de sus zapatos sobre el mármol. Al llegar a la biblioteca, abrió con delicadeza uno de los cajones del escritorio, sacando los papeles que había guardado con tanto recelo, los exámenes de embarazo de Aurora. Los miró durante unos segundos, repasando con la vista cada línea como si fueran versos sagrados. Luego, con una sonrisa enorme y cargada de un orgullo casi infantil, les tomó una foto con su teléfono y la envió directamente a Dante. El gesto tenía algo de desafío, algo de redención.Encendió un puro con la calma de un hombre que ha esperado demasiado para disfrutar de un triunfo silencioso. Aspiró el humo lentamente, sintiendo cómo el sabor amargo se mezclaba con la dulzura de sus pensamientos. Mientras exhalaba una densa nube gris que se dispersaba e
La noche había caído sobre Bolonia como una mancha de tinta derramada, devorando los últimos rastros de luz. Las ruedas del auto crujieron sobre la gravilla húmeda del camino cuando se detuvieron frente a la vieja mansión de Dante, la era fachada imponente, coronada por torres góticas y ventanas como ojos vacíos, parecía observar con juicio a quienes se atrevían a cruzar sus portones.Dante salió primero. Su abrigo largo ondeó con el viento frío, como una sombra alargada. Alonzo lo siguió en silencio, cerrando la puerta con un leve clic metálico. En cuanto los pies de Dante pisaron los escalones de mármol, giró apenas la cabeza, y con voz seca, rugió.—¡Que todos los hombres se dispersen! ¡No quiero ni un rincón sin revisar! ¡Si encuentran algo, por mínimo que sea, me llaman de inmediato!Un grupo de seis hombres bajó del vehículo que los seguía. Sin responder, se esparcieron en la oscuridad con linternas encendidas, buscando señales entre la maleza, los senderos ocultos, los muros ex
La habitación se sacudió como un reflejo distorsionado cuando Antonio alzó el brazo. Aurora no tuvo tiempo de reaccionar, de esquivar, de gritar. El golpe fue certero, brutal, dirigido al costado de su cabeza. Un estallido blanco nubló su vista y luego, la oscuridad la devoró por completo.El cuerpo de Aurora se desplomó sobre la alfombra como una marioneta sin hilos.Un rayo de sol filtrado entre las rendijas de la persiana fue lo primero que sintió. Ardía contra su rostro. Aurora abrió los ojos lentamente, con los párpados pesados, la boca seca y un sabor metálico en la lengua. Un pitido leve latía en sus oídos. No recordaba en qué momento había perdido el conocimiento, pero el dolor en su sien le devolvió la memoria como una bofetada helada.Intentó moverse. Las muñecas le dolieron de inmediato: estaban atadas a los extremos del cabecero de hierro forjado de una cama extraña. Los tobillos también. El colchón era duro, áspero. Y la habitación estaba en penumbra.Se giró con dificul
La tarde caía, una tarde helada, tiñendo el cielo de un rojo profundo que parecía anunciar una tormenta. La mansión, de arquitectura señorial y muros cubiertos de hiedra, se alzaba silenciosa entre su alrededor.Las fuentes del jardín ya no murmuraban, como si incluso el agua contuviera la respiración. El silencio fue interrumpido por el chirrido de las grandes puertas de hierro.Giuseppe cruzó el umbral, jadeando apenas por la caminata apresurada desde el pueblo. Su rostro curtido por los años y la lealtad, lucía tenso, sus ojos oscuros se movían con ansiedad. Apenas puso un pie dentro, se detuvo en seco.Allí, en el gran vestíbulo, estaban ellos.Dante estaba de pie junto al ventanal, su silueta recortada contra la luz del crepúsculo, con las manos cruzadas tras la espalda y la mandíbula tensa. A su derecha, Alonzo, más sombrío, apoyado contra una columna, con una expresión tan tensa como peligrosa. El aire entre ambos parecía cargado de pólvora.Giuseppe palideció.—Señor Dante...
La noche se extendía como un manto espeso sobre las afueras de Bolonia. La mansión, una construcción de piedra olvidada por el tiempo, se iluminaba esta vez con luces doradas y tenues, como si intentara maquillar la oscuridad que albergaba. Era el lugar perfecto para camuflar las verdaderas intenciones de las personas que ingresaban allí, intenciones oscuras y crueles... que helaban la sangre de cualquiera. Autos de lujo comenzaron a llegar uno por uno, cruzando el portón con vigilancia armada, bajo la mirada escrutadora de hombres vestidos de negro. Autos que dejaban claro que quienes se transportaba allí tenían dinero de sobra. En el interior, la atmósfera era otra, vino añejo, puros encendidos, bandejas de plata con manjares cuidadosamente dispuestos. Todo perfecto para que la noche fuera estupenda. Las paredes estaban cubiertas con cortinas oscuras, y una gran sala dominaba el espacio, con sillones de cuero y una tarima vacía al fondo, iluminada por un único foco que caía como
Mientras tanto en la mansión de Antonio, Leonardo Rossi se acomodó en su asiento. Su expresión era calculadora, como si estuviera mirando una joya que ya había comprado.Antonio extendió un brazo hacia el centro de la sala.—Que empiece la función — dijo con voz fría.Mateo llevó a Aurora hasta la tarima. Ella se resistió al subir, pero él le apretó la muñeca con brutalidad y la empujó con fuerza. Aurora trastabilló, pero se mantuvo de pie.Aurora estaba a punto de entrar en crisis, la imagen que tenía al frente de esos hombres allí sentados observando como si ella fuera un trozo de carne, un trofeo... le ponía la piel de puntas, la ponía completamente nerviosa. Antonio se posicionó a un lado, tomando un pequeño martillo de madera. Su tono era el de un showman de feria, pero su mirada destilaba veneno.Mientras el convoy llegó a las cercanías de la mansión, no hubo sigilo. No era necesario. Era una declaración de guerra. Los primeros disparos tronaron en cuanto los guardias intent
Cristales reventando, casquillos cayendo como lluvia, gritos de heridos y el bramido de DanteQuien subió las escaleras como una bestia desatada al ver que Antonio salió corriendo. Cada paso que daba era una amenaza para el mundo. En el pasillo del segundo piso, más enemigos lo esperaban. No importaba. Ninguno tenía la rabia, el dolor ni la determinación que él llevaba dentro. Ninguno pensaba en Aurora.Una bala le rozó el brazo izquierdo. No se detuvo, disparó a ciegas y acertó. Otro hombre cayó. El siguiente intentó escapar, pero Dante le disparó por la espalda. Nada lo frenaba. Ni el dolor, ni la sangre, ni el caos.Al fondo del pasillo, una gran puerta doble. Antonio estaba allí. Lo sabía.—¡ANTONIO! —rugió como un animal.Del otro lado, el silencio.Dante alzó el pie y pateó con toda su fuerza. Una, dos, tres veces. Al cuarto golpe, la puerta cedió y se abrió con fuerza.Antonio lo esperaba con una pistola en la mano y una sonrisa torcida.—Tardaste —dijo.Dante disparó sin pensa
El fuego devoraba la mansión con un rugido constante. Las llamas trepaban por los muros como lenguas vivas, y el humo comenzaba a engullirlo todo. El estruendo de maderas cediendo y vidrios estallando formaba un coro apocalíptico mientras Dante avanzaba con Aurora en brazos. Su cuerpo, manchado de sangre y ceniza, era apenas contenido por los músculos tensos de su amada Ella lo miraba con los ojos húmedos. El vestido rojo de látex aún colgaba rasgado sobre su cuerpo. Había marcas en su piel, golpes, heridas, pero sus labios esbozaban una leve sonrisa cuando lo vio.—Dante… —susurró con la voz rota.Él no dijo nada al principio. La apretó contra su pecho, le acarició la nuca con ternura inusitada, y la besó. Un beso profundo, desesperado, como si el mundo se acabara en ese instante y sólo pudieran salvarse a través de ese contacto.Cuando se separaron, sus frentes se tocaron. Él la miró con una intensidad feroz.—Nunca más —murmuró—. Nunca más voy a dejar que alguien te toque, te hie