Aurora salió del baño envuelta en una toalla blanca que le cubría el cuerpo hasta los muslos. Se sentía más cómoda y descansada.
Su piel aún humeaba del agua caliente, y sus mejillas estaban sonrojadas por el vapor. Se sorprendió al ver la bandeja servida sobre la pequeña mesa redonda junto al ventanal. Velas encendidas, platos humeantes, una botella de vino descorchada, todo dispuesto con un esmero casi ceremonial.
—¿Alonzo? —preguntó suavemente, sin verlo—. Alonzo ¿eres tu?
En ese instante, él regresaba por el pasillo, aún con la respiración contenida. Al oír su voz, se recompuso y sonrió al entrar.
—Te dejé la cena… pensé que quizás tendrías hambre —él dijo con su voz agitada, un nudo en su pecho y el deseo latente.
Aurora lo miró con dulzura. Había algo distinto en sus ojos, una mezcla de sorpresa y gratitud. Alonzo era un hombre bueno y ella se sentía afortunada de tenerlo en su vida, de tener una amistad como la suya en su vida.
—Es hermoso… gracias —dijo ella con una genuina s