El cielo de Bolonia aún estaba oscuro cuando Aurora comenzó a empacar sus cosas. Se movía en silencio, casi como si temiera que el más mínimo sonido pudiera delatarla. Doblaba su ropa con calma, pero su mirada era distante. El beso de Alonzo seguía ardiendo en sus labios… y la culpa le carcomía el pecho.Se puso un vestido sencillo de lino azul claro, ató su cabello en una trenza floja y respiró hondo. No quería enfrentar a nadie. No quería más palabras, ni excusas, ni miradas de deseo. Solo necesitaba alejarse.Bajó las escaleras en puntillas, con la maleta en mano, y al llegar al vestíbulo lo vio, Alonzo estaba en la sala, con la espalda levemente encorvada, bebiendo en silencio. La luz tenue iluminaba su perfil, y su expresión estaba rota. Ella detuvo su paso unos segundos, lo miró con compasión… pero no se acercó.Con suavidad, giró sobre sus talones y salió de la casa. Cerró la puerta sin ruido. En la calle, tomó un taxi sin mirar atrás.—Al aeropuerto, por favor —dijo ella.M
Aurora retrocedió un paso. Luego otro. Su respiración se hizo errática, como si el aire le quemara por dentro. Esa frase maldita que acababa de salir de la boca de Alonzo, fue como una daga en el pecho—Dante solo la quiso para vengarse de Antonio…Un zumbido ensordecedor le llenó los oídos. Todo lo que había vivido, todo lo que creyó… ¿era una mentira? Un maldito juego de venganza. Sus piernas temblaron, pero encontró fuerza en el enojo, en la humillación. Dio media vuelta y caminó rápidamente por el pasillo. No quería que nadie la viera así. No quería que nadie la siguiera.Cerró la puerta de la habitación con fuerza, casi rompiéndola. Apoyó la espalda contra la madera y se dejó caer. Lágrimas calientes surcaban sus mejillas mientras se cubría la boca para no gritar. ¿Cómo había sido tan estúpida?—¡Estúpida! —se dijo en voz alta, golpeando con el puño la alfombra, ¡Estúpida por confiar! ¡Por creer! ¡Tanto en él como en Antonio! ¡Los dos son la misma mierda!Se levantó tambaleante,
Dante caminó hacia la entrada con pasos firmes, aunque dentro de él se agitaba una tormenta. El eco de los gritos de Francesco aún resonaba en las paredes de la mansión. Al llegar a la gran puerta doble, se detuvo un instante. Respiró hondo, intentando calmar el fuego que le subía por el cuello. Luego, con una sola orden a uno de sus hombres, hizo que abrieran.Las puertas de la mansión se abrieron lentamente, dejando entrar el frío de la noche y la tensión que venía con ella.Las luces del vestíbulo iluminaron los rostros de quienes esperaban afuera. Francesco Greco dio un paso al frente, seguido por Vittorio y un grupo de hombres vestidos de negro, armados hasta los dientes. Algunos mantenían la mirada baja, pero todos estaban preparados para un enfrentamiento.Dante dio un paso adelante, colocándose en el umbral como un centinela. Apretó la mandíbula al ver a Vittorio entre ellos. Sabía lo que eso significaba, esta no era una visita familiar. Era una operación.Su mirada se posó e
El reloj antiguo de la biblioteca marcaba las seis en punto cuando Dante cerró con firmeza el libro que sostenía. El silencio se volvió aún más pesado mientras Francesco, de pie frente a él, lo observaba con expresión impenetrable. La luz dorada del atardecer filtrada por las ventanas teñía de bronce los lomos de los libros, como si el tiempo se detuviera para presenciar lo inevitable.—Es mejor que se retire, Francesco —dijo Dante con voz baja, pero firme—. Aunque no crea que se irá con las manos llenas.Francesco entrecerró los ojos, y su mandíbula se tensó apenas un segundo antes de girarse hacia la puerta.—Eso lo veremos, Dante —replicó Francesco sin volverse del todo, y salió de la biblioteca con paso decidido.Dante lo siguió casi de inmediato, cruzando la sala con paso seguro. Su figura imponente avanzaba como una sombra acechante tras la silueta mayor de Francesco. Al salir al vestíbulo principal, la escena que encontró lo hizo detenerse de golpe.Vittorio estaba de pie junto
Dante permaneció unos segundos en silencio, observando las escaleras por donde Aurora había desaparecido. Luego, sin apartar la vista, hizo un leve ademán con la cabeza hacia Alonzo, que había permanecido al margen, tenso como un resorte.—Asegúrate de que Vittorio y Francesco se vayan. Ahora.Alonzo asintió sin decir una palabra y se acercó a los dos hombres, que aún no habían bajado completamente la guardia. Con gestos discretos, pero firmes, los guió hacia la salida. Vittorio lanzó una última mirada cargada de veneno antes de cruzar la puerta, mientras Francesco murmuró entre dientes algo que nadie alcanzó a entender.Dante no esperó a que se fueran. Apenas estuvieron fuera del umbral, subió las escaleras con pasos largos y decididos. El eco de sus botas resonaba con fuerza en el mármol, como si cada paso estuviera cargado de la misma urgencia que sentía en el pecho. Se detuvo frente a una de las puertas del ala este y la abrió sin llamar.Aurora estaba de espaldas, de pie junto a
Aurora alzó el rostro, todavía temblando por lo que acababa de oír. Los ojos de Dante estaban clavados en los suyos, llenos de una desesperación contenida que no era habitual en él. Había confesado todo, lo que lo llevó a buscarla, lo que lo empujó a acercarse… incluso lo que había cambiado dentro de él cuando ya no pudo verla como una venganza, sino como una herida que no quería dejar de sentir.—Te creo, Dante —susurró Aurora, su voz apenas un suspiro, pero suficiente para quebrar el silencio.Dante no lo esperaba. Dio un paso hacia ella, sus manos vacilantes, como si temiera que el mínimo roce la hiciera desaparecer. Aurora, sin embargo, fue quien cerró la distancia. Se abrazaron, fuerte, como si el mundo allá afuera se estuviera desmoronando y solo encontraran refugio en los latidos del otro.Los labios de Dante buscaron los suyos con urgencia, con una mezcla de alivio y deseo contenido. El beso fue largo, profundo, casi febril. Cuando se separaron, una lágrima rodaba por la me
Antonio se quedó un instante de pie, observando cómo los demás se dispersaban. No había dicho una palabra más desde la declaración de Francesco, ordenando que matará a los dos hombres que acaban de abandonar la reunión. Pero por dentro, hervía.No aceptaba ese cambio. No aceptaba que Vittorio, un recién llegado, se quedará con lo que él tanto había luchado, y por supuesto que no lo iba a dejar. Pero por ahora solo cumpliría las órdenes que le acaba de dar Francesco.Mientras bajaba por las escaleras principales, hizo un gesto casi imperceptible con la mano derecha a dos de sus hombres lo cuales se separaron discretamente del grupo que aún charlaba junto al salón principal y lo siguieron. Eran de los suyos, hombres de confianza, leales a él desde siempre. Gente que entendía el verdadero significado de los silencios.Antonio no dijo nada hasta llegar al garaje. Subieron a una de las camionetas negras.Él tomó el asiento del copiloto, los dos hombres en los delanteros. Otra camioneta, id
Aurora despertó lentamente, sus sentidos adormilados aún por el cansancio, pero reconociendo de inmediato el calor que la envolvía. Dante la sostenía entre sus brazos, su respiración profunda y calida vibrando contra su cabello. Durante unos segundos, se permitió disfrutar de esa cercanía, de la seguridad que le ofrecía su abrazo. Sin embargo, algo dentro de ella sabía que él no había dormido casi nada durante la noche. Lo había sentido moverse inquieto, levantarse en silencio más de una vez, como si las preocupaciones le carcomieran el alma.Con extremo cuidado, Aurora se deslizó entre sus brazos, procurando no perturbar su descanso. Dante frunció apenas el ceño en su sueño, pero no despertó. Ella lo observó por un instante, su rostro, que tantas veces había visto endurecido por la tensión y la rabia, ahora parecía vulnerable, joven, casi inocente. El impulso de acariciar su mejilla la tentó, pero se contuvo. No podía permitirse debilidades en ese momento.Desnuda, recogió su bata