El auto rojo de Fiorella se detenía frente a los imponentes portones de la mansión de Dante. El resplandor tenue de las luces exteriores apenas iluminaba su rostro serio y determinado. No había dudado un solo segundo en venir, aunque sabía que poner un pie en ese lugar podría traerle problemas más adelante con Vittorio. Pero había algo más importante que sus propios temores, tenía que advertir a Dante antes de que fuera demasiado tarde.
Avanzó con paso firme hacia la entrada principal, donde un guardia corpulento, de rostro imperturbable, se alzaba como una estatua. Apenas llegó frente a él, su voz cortante rompió el silencio.
—Necesito hablar con Don Dante. Es urgente —dijo Fiorella
El guardia la miró de arriba abajo, mirándola con una mezcla de curiosidad y desconfianza. No era común que una mujer como ella apareciera en la puerta a esas horas, ya la había visto una vez, y ahora venía nuevamente a altas horas de la noche.
—Espere aquí. Ahora le aviso —respondió el hombre con voz gra