47. La Caída
El mundo se quebró.
—¿Así que este es el momento que elegiste para hablar con él? —la voz helada de Max nos atravesó como un cuchillo.
Alejandro sonrió apenas, un gesto que era provocación y aviso: no iba a ceder. Su mirada permanecía fija en mí, recordándome que no podía escapar de lo que sentía, ni de lo que vendría.
—Solo estábamos hablando —respondió, tranquilo, con la mirada desafiante, casi retándome a intervenir.
—Hablar… —replicó Max, acercándose lentamente—. Sí, claro, pero no aquí, escondidos en este pasillo y menos así de cerca.
Mi corazón latía a mil por hora. La tensión entre ellos era palpable, un duelo silencioso en el que yo era el premio y la amenaza al mismo tiempo.
—Debo ir al baño —dije, tratando de romper el fuego que se había encendido.
Alejandro me lanzó una mirada que quemaba, y aunque sus labios apenas esbozaron una sonrisa, en ella había un aviso: todo lo que estaba pasando no sería fácil de olvidar. Tomé la mano de Max con una mezcla de temor y necesidad, y é