5. El Primer Baile
El vestido negro de lino que había elegido no era solo una prenda: era un arma. No había sido pensado para complacer a nadie, sino para trazar un límite invisible. Se ceñía en los lugares exactos, sencillo pero con un refinamiento que no necesitaba adornos. Mientras sujetaba el broche que guardaba secretos que él jamás conocería, sentí cómo esa pieza fría contra mi piel se transformaba en armadura.El espejo me devolvió un reflejo que no reconocí de inmediato. Ya no estaba la mujer que temblaba. En su lugar, alguien capaz de herir con un gesto calculado. El maquillaje completaba la metamorfosis: labios rojos como un aviso peligroso, ojos delineados, una mirada vacía de afecto pero cargada de intención.Descendí por la escalera principal con la cadencia de quien sabe que cada paso tiene peso. Los tacones resonaban contra el mármol, marcando un compás lento, deliberado. Max aguardaba al pie, erguido e impecable, con esa calma que siempre ocultaba un temperamento volcánico. Su mirada me r
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