2. El Precio de la Herencia
El aliento se me congela en la garganta. La sala, que antes me pareció un escenario para mi ira, se encoge, se vuelve claustrofóbica.—Por el testamento —repite la voz de Max en mi cabeza, un eco que me golpea como una ola de hielo.No hay nada en su rostro que insinúe una mentira. Sus ojos azules, tan fríos como un lago en invierno, me miran con una mezcla de desesperación contenida y una arrogancia que me hace querer gritar. ¿Cómo es posible que, incluso en un momento como este, él siga pareciendo el dueño de la situación?El silencio regresa, pero esta vez es diferente. Ya no es el silencio de la traición, sino el de la sentencia.Isabela, la patética y humillada traidora, parece darse cuenta de que su presencia ya no es relevante. Se levanta del sofá, con el rostro pálido y la mano aún en el vientre. Abre la boca, intentando decir algo, pero la miro con una furia tan intensa que la veo encogerse. Max ni siquiera se digna a mirarla. Su atención está enteramente en mí. En el problem
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