El aliento se me congela en la garganta antes de que mis pies toquen el mármol. Todo a mi alrededor se comprime. Los ventanales dejan entrar una luz blanca que rebota en cada superficie. Las lámparas de cristal chisporrotean sobre mi cabeza.
Me miro en su reflejo y apenas reconozco a la mujer que aparece: ojos cargados de ira, labios tensos, mandíbula endurecida. Un rostro roto que sostiene su dignidad a duras penas. La verdad me golpea: esta nunca fue mi casa. Siempre fue la de Max. Yo solo fui una invitada atrapada en su imperio.
—Por el testamento... —la voz de Max retumba en mi mente, helada, clavándose en mis huesos.
Lo observo buscando una grieta, un destello de arrepentimiento. No encuentro nada. Sus ojos azules son profundos y fríos como un lago en invierno. Me atraviesan con la seguridad de un hombre que jamás dudó de sí mismo. Esa arrogancia pesa más que las paredes de esta mansión. ¿Cómo puede mirar mi vida como un tablero de ajedrez?
El silencio que sigue no es vacío. Es una sentencia. Late contra mi pecho como un martillo invisible. Mi respiración se mezcla con la del espacio, pesada, mientras siento que todo este lujo se convierte en una prisión.
Entonces la veo.
Isabela.
La traidora que alguna vez llamé amiga.
Su figura se encoge en la esquina del sofá, una sombra incómoda. El peso de su vientre marca cada respiración. Su rostro está pálido, sus labios tiemblan, sus ojos cargados de miedo y esperanza desesperada. Lo que más me irrita es ese gesto de su mano sobre el abdomen, como si el hijo que lleva fuera su salvoconducto.
Abre la boca, parece que va a hablar. La fulmino con la mirada y se congela. El poder de mi rabia la reduce a un silencio miserable. Admito un placer oscuro al verla así: frágil, derrotada.
—El testamento de mi abuelo... —Max rompe el aire, su voz grave como la que usa en juntas para hablar de pérdidas millonarias sin pestañear—. Está lleno de cláusulas excéntricas. Siempre estuvo obsesionado con la familia. Quiso que su legado quedara en manos de un matrimonio sólido, no de dos personas que se divorcian por una indiscreción.
La palabra "indiscreción" me atraviesa como un golpe helado. Mis uñas se clavan en las palmas. Siento que podría quebrar el mármol con mi rabia contenida.
—¿Indiscreción? —escupo con veneno—. ¡Isabela está embarazada de un hijo tuyo y lo llamas indiscreción! Eso no es una mancha, Max. Eso es una puñalada en la espalda.
Los ojos de Isabela se llenan de lágrimas, pero en ellos también arde un destello: miedo mezclado con desafío. Una chispa de manipulación que aún no se apaga.
—¡Max, dile la verdad! —su voz tiembla pero se sostiene—. ¡Dile que prometiste dejarla! ¡Dile que este bebé nos mantendrá juntos!
Por un instante creo que él podría reaccionar, volverse hacia ella. Pero no lo hace. La ignora con una frialdad que corta más que un cuchillo, reduciéndola a un accesorio irrelevante.
—Isabela, sal de aquí.
—¡Pero Max! —su voz se quiebra, buscando refugio.
—¡Ahora! —ruge él, y el eco golpea las lámparas de cristal. Es el rugido de un hombre acostumbrado a obtener siempre lo que quiere.
Ella da un respingo. Sus hombros se hunden, como si todo el aire la abandonara. Llora en silencio, obediente. Cada paso hacia la puerta resuena como un martillazo contra mi orgullo. Cuando la puerta se cierra, un sabor metálico invade mi boca. No la perdono, no la olvido, pero no puedo negar la satisfacción oscura que siento al verla quebrada.
Quedamos los dos. Solo él y yo. El depredador frente a su presa... que ya no es presa, sino estratega.
—Ahora que la distracción se ha ido —dice Max, retomando ese tono corporativo que tanto odio—, podemos hablar en serio.
—¿Hablar? —mi risa amarga resuena contra los ventanales—. Lo único que has hecho es arrastrarme al infierno. ¿Esperas que finja ser la esposa feliz mientras tu familia aplaude este espectáculo?
Él se pasa la mano por el cabello. Un gesto pequeño pero revelador. Nunca lo hace en público. Por primera vez percibo una grieta en su armadura, una señal de que tal vez no tiene todo bajo control como quiere aparentar.
—El abuelo falleció hace dos meses. El testamento se activó la semana pasada. Yo estaba esperando el momento adecuado para explicarte todo esto...
—¿Esperabas que el momento fuera hoy? —lo interrumpo, la carcajada rota escapando de mi garganta—. Justo después de enterarme de que estás esperando un hijo con mi mejor amiga. ¿Eso es lo que llamas "momento oportuno"?
Sus labios se tensan. Incluso él, el hombre que parecía dueño de todo, tambalea ante mi respuesta.
—Escúchame con atención —su tono baja, grave, magnético—. Para heredar el 51% de las acciones de la empresa familiar debemos permanecer casados un año completo tras la muerte de mi abuelo. Además, debemos mostrar unidad pública: cenas, galas, juntas directivas. Un matrimonio feliz que lucha por mantenerse unido a pesar de las dificultades.
—Un circo —replico con sarcasmo—. Un espectáculo para entretener a los buitres de tu familia. Qué conmovedor de su parte.
—La mitad de la herencia será tuya cuando se cumpla el plazo —su voz se endurece—. Serás CEO adjunta de la empresa. Tendrás poder real, riqueza, todo lo que siempre quisiste conseguir por mérito propio.
Su oferta me toma por sorpresa, pero no dejo que se note en mi expresión. Siempre había soñado con tener mi propia empresa, con demostrar que podía ser exitosa sin depender del apellido de nadie. Ahora Max me está ofreciendo exactamente eso, pero envuelto en las circunstancias más amargas posibles.
—¿Y qué hay de Isabela? —pregunto, dejando que el veneno se deslice por cada palabra—. ¿Dónde queda ella en tu teatro familiar? ¿Será la amante escondida mientras yo hago el papel de esposa perfecta?
—Ella no tiene nada que ver con los negocios familiares —responde con una indiferencia que me revuelve el estómago.
Su frialdad hacia la mujer que lleva su hijo me deja helada. La mujer que arruinó mi vida reducida a una nota al pie, un inconveniente menor en sus grandes planes empresariales.
—No soy tu socia comercial, Max. No me vendas tus juegos corporativos como si fuera una inversión más. ¿Qué me garantiza que no volverás a traicionarme cuando te convenga? ¿Qué me dice que esto no es solo otra manipulación para salvar tu imperio?
Él suspira profundamente. Por un momento lo veo cansado, casi humano.
—No lo haré. La empresa lo es todo para mí. Mi vida entera está construida alrededor de este legado familiar. No puedo permitir que se pierda por... por decisiones personales equivocadas.
Lo miro con desprecio puro.
—Claro. Tú no mientes directamente, solo apuñalas por la espalda cuando nadie está mirando.
Da un paso hacia mí, y por un instante veo algo nuevo en sus ojos: dolor genuino mezclado con un temor que intenta disfrazar de fortaleza.
—No eres una muñeca para manipular, Lorena. Te daré lo que quieras: poder, venganza, dinero, posición social... lo que sea, pero quédate conmigo. No puedo arriesgar todo lo que hemos construido por orgullo herido.
Ahí está. El verdadero miedo de Max. No es perderme a mí como persona, sino perder el control que cree tener sobre su mundo perfectamente ordenado.
Mi corazón, ya convertido en piedra durante esta conversación, no vacila.
—Está bien. Acepto tu propuesta.
Sus ojos brillan con alivio inmediato. Cree que ha ganado, que me ha convencido con su oferta de poder y dinero.
—Pero tengo mis propias condiciones innegociables.
Su cuerpo se tensa nuevamente. Está preparado para negociar términos comerciales, pero no para lo que voy a exigir.
—Esta mansión será efectivamente mi prisión por un año, sí, pero no compartiré tu espacio personal. Yo ocuparé completamente el ala oeste de la casa. Tú te quedarás en la este. No nos cruzaremos salvo cuando sea absolutamente necesario para las apariciones públicas. Fingiremos ante los demás, sonreiremos para las cámaras y los invitados, pero dentro de estas paredes, Max, no existes para mí.
El silencio se extiende entre nosotros. Puedo ver como procesa mis términos, calculando si puede vivir con estas restricciones por un año completo.
Finalmente asiente.
—Trato hecho. Es un sacrificio pequeño por asegurar el futuro de la empresa.
Me acerco un paso más, lo suficiente para que mi voz se cuele como veneno en sus oídos.
—Una cosa más que debes entender claramente. Traicionaste a la mujer que decías amar más que a nada en el mundo. Yo solo me fallé a mí misma al confiar en ti. Pero pagarás por cada lágrima que me has robado, por cada noche de insomnio, por cada momento de humillación. No sé exactamente cómo ni cuándo, pero te aseguro que lo harás.
Su mandíbula se tensa visiblemente. No responde, pero tampoco se aleja. El contrato invisible entre nosotros ya está sellado con sangre y rencor.
Mis tacones golpean el mármol como campanadas de guerra mientras me dirijo hacia las escaleras. Cada peldaño es un paso calculado hacia mi venganza. Siento su mirada clavada en mi espalda, pesada, obsesiva, pero ya no me importa. Si el abuelo quiso atarme a él con su testamento, se equivocó completamente en sus cálculos. Soy yo quien lo encadenará a su propio infierno personal.
Al cerrar la puerta de mi habitación, apoyo la frente contra la madera fría. El silencio ya no es vacío ni derrota: es estrategia pura. Es el preludio silencioso de una guerra que apenas está comenzando.
Pienso en Isabela, en su rostro desencajado cuando Max la echó como a un perro. En su súplica inútil por un reconocimiento que nunca llegó. No la perdono ni la olvido. Será una pieza más en este tablero complejo, un arma que utilizaré cuando llegue el momento preciso.
Pienso en Max, en su arrogancia disfrazada de seguridad empresarial. En el miedo que vi brillar por un instante cuando pensó que podría perder su preciada herencia familiar.
Este año que se extiende ante mí no será tiempo perdido. Será el año en que me reinventaré completamente. El año en que afilaré cada herida hasta convertirla en un cuchillo perfectamente diseñado para su destrucción.
No contaré los días como una prisionera esperando su liberación. Construiré cada día como una estratega planeando su victoria.
El día en que Maximiliano Undurraga pierda todo lo que cree controlar será mi verdadero triunfo.
Y cuando llegue esa noche final, ni apellido, ni imperio, ni testamento familiar podrán salvarlo de las consecuencias de sus propias decisiones.