Mundo ficciónIniciar sesión—Un año más conmigo, Lorena.
Su voz me alcanzó cuando ya tenía la mano en el pomo de la puerta del vestíbulo. Me congelé. Sabía que si lo miraba, si veía esa expresión de triunfo en su rostro, perdería el control que tanto me costaba mantener.
—Un año fingiendo ser la esposa amorosa —continuó Max, y escuché sus pasos acercándose por detrás—. O perderemos todo. Y cuando digo todo, me refiero a todo.
Me giré lentamente. Él estaba a pocos metros, con esa sonrisa torcida que quería arrancarle del rostro.
—Estás mintiendo —logré decir, pero mi voz sonó hueca.
—¿Quieres arriesgarte a descubrirlo?
Su sonrisa se ensanchó.
—Sabes lo que está en juego. No solo mi fortuna. Tu familia también tiene mucho que perder, ¿no es así? El financiamiento de la empresa de tu familia, Walker Group. El puesto de tu hermano. Todo eso desaparece si no cumplimos con los términos.
El mundo se inclinó bajo mis pies.
Tenía razón. Mis padres habían invertido los ahorros de toda su vida cuando Max les ofreció ayudarlos a desarrollar un negocio familiar. Mi hermano había dejado su trabajo estable para unirse a la empresa. Si todo colapsaba, no solo yo perdería. Ellos caerían conmigo.
—El abuelo murió hace dos meses —continuó Max—. El testamento se activó la semana pasada.
—¿Y esperaste hasta HOY para decírmelo? —mi voz subió una octava—. ¿Después de enterarme de que Isabela está embarazada? Perfecto timing, Max.
—Estaba esperando el momento adecuado...
—¿El momento adecuado? —una carcajada rota escapó de mi garganta.
Se pasó la mano por el cabello. Una vez. Dos veces. Nunca lo hace en público.
—Escúchame con atención —su tono bajó, grave—. Para que yo consolide el 51% de las acciones del Walker Group, debemos permanecer casados un año completo tras la muerte de mi abuelo. Si nos divorciamos antes, esa participación mayoritaria se disuelve. Se va a la caridad. Perdemos el control total.
—Un circo —repliqué con sarcasmo—. Un espectáculo para entretener a los buitres de tus socios comerciales.
—La mitad de la herencia será tuya cuando se cumpla el plazo —su voz se endureció—. Serás CEO adjunta de la empresa. Tendrás poder real, riqueza, todo lo que siempre quisiste conseguir por mérito propio.
Su oferta me tomó por sorpresa. CEO adjunta. Poder real sobre una empresa multimillonaria.
—¿Y qué hay de Isabela? —pregunté, dejando que el veneno se deslizara por cada palabra—. ¿Dónde queda ella en tu teatro familiar? ¿Será la amante escondida mientras yo hago el papel de esposa perfecta?
—Ella no tiene nada que ver con los negocios familiares —respondió con una indiferencia que me revolvió el estómago.
—No soy tu socia comercial, Max. No me vendas tus juegos corporativos como si fuera una inversión más.
Di un paso hacia él, invadiendo su espacio.
—¿Qué me garantiza que no volverás a traicionarme cuando te convenga?
Él suspiró profundamente, y por un instante, vi algo en sus ojos. No era cálculo. Era... ¿culpa? Desapareció tan rápido como llegó.
—No lo haré. La empresa lo es todo para mí. Mi vida entera está construida alrededor de este legado. No puedo permitir que se pierda por... —se detuvo, como si la palabra le costara—... por mi error.
Dio un paso hacia mí. Ahora estábamos demasiado cerca.
—No eres una muñeca para manipular, Lorena —su voz bajó hasta convertirse casi en un susurro—. Te daré lo que quieras: poder, venganza, dinero, posición social... lo que sea, pero quédate conmigo. No puedo arriesgar todo lo que hemos construido.
Ahí estaba. El verdadero miedo de Max. No es perderme a mí como persona, sino perder el control de su mundo perfectamente ordenado.
—Así que, mi querida Lorena...
Max levantó mi barbilla con un dedo, obligándome a mirarlo a los ojos.
—No puedes ir a ningún lado. Estamos atrapados en este matrimonio. Por los próximos doce meses.
Mientras pronunciaba esas palabras, algo tembló dentro de mí. No era miedo.
Era furia pura.
Y algo peor: esa atracción que, pese a todo, todavía me quemaba cuando él me miraba con esa intensidad. Cuando su dedo rozaba mi piel. Cuando su voz bajaba a ese tono que me había seducido cinco años atrás.
Lo odiaba por eso.
Me odiaba a mí misma por sentirlo.
Desde la sala, escuché el sollozo ahogado de Isabela. Seguía ahí, testigo silencioso de cómo Max me encerraba en su jaula.
Y yo...
Yo acababa de entender las reglas del juego.
—Está bien.
Mi voz salió tranquila. Demasiado tranquila.
—Doce meses. Puedo hacer eso.
La sonrisa de Max vaciló por una fracción de segundo.
—Seré la esposa perfecta en público. Sonreiré para las cámaras. Te tomaré de la mano en los eventos. Fingiré que aún te amo.
Aparté mi rostro de su mano, liberándome de su toque.
—Pero esto no es un final, Max. Es el comienzo de algo muy diferente.
Sus ojos se entrecerraron, intentando leer lo que había detrás de mis palabras.
—¿De qué estás hablando?
—De que acepté las reglas de tu juego.
Recogí mi bolso de la mesa auxiliar junto a la puerta, ignorando los papeles del divorcio que aún estaban en el salón.
—Pero nunca dijiste que no pudiera jugar sucio.
—Lorena...
—Tengo mis propias condiciones innegociables —lo interrumpí—. Esta mansión será efectivamente mi prisión por un año, sí, pero no compartiré tu espacio personal. Yo ocuparé completamente el ala oeste de la casa. Tú te quedarás en la este. No nos cruzaremos salvo cuando sea absolutamente necesario para las apariciones públicas.
Di un paso hacia él, acortando la distancia.
—Fingiremos ante los demás, sonreiremos para las cámaras y los invitados, pero dentro de estas paredes, Max, no existes para mí.
El silencio se extendió entre nosotros. Pude ver cómo procesaba mis términos, calculando si podía vivir con estas restricciones por un año completo.
Finalmente asintió.
—Trato hecho. Es un sacrificio pequeño por asegurar el futuro de la empresa.
Me acerqué una última vez, mi voz un veneno en su oído.
—Una cosa más que debes entender claramente. Traicionaste a la mujer que decías amar más que a nada en el mundo. Yo solo me fallé a mí misma al confiar en ti. Pero pagarás por cada lágrima que me has robado.
Hice una pausa, dejando que cada palabra se clavara en su mente.
—No sé exactamente cómo ni cuándo, pero te aseguro que lo harás.
Su mandíbula se tensó visiblemente. No respondió, pero tampoco se alejó.
El contrato invisible entre nosotros ya estaba sellado con sangre y rencor.
Mientras me dirijo a las escaleras, cada paso resuena en el silencio tenso.
Siento su mirada clavada en mi espalda, pesada, obsesiva.
No miro atrás.
Detrás de mí, escucho movimiento. Max caminando de regreso al salón. El tintineo de una copa. Está sirviéndose whisky. Es lo que siempre hace cuando cierra un trato importante.
Y esto fue un trato, ¿no? Nada más y nada menos.
Me detengo en el primer peldaño cuando escucho otra voz.
—Max...
Isabela. Todavía está aquí.
Me giro apenas, lo suficiente para verlos desde mi posición. Él está de espaldas a mí, ella frente a él. La distancia entre ambos es notable. Max mantiene al menos dos metros de separación.
—Necesitamos hablar sobre el bebé —dice ella, su voz temblorosa pero intentando sonar firme—. Sobre nosotros.
—No hay un "nosotros", Isabela.
La frialdad en su voz me sorprende. No hay suavidad, no hay el tono conciliador que usa cuando quiere manipular a alguien.
—Pero tú dijiste... me prometiste que...
—Prometí muchas cosas —la interrumpe Max—. En momentos de debilidad. Pero ahora la realidad es clara. Estoy casado. Seguiré casado por un año. Y tú... tú tendrás todo el apoyo económico que necesites para el bebé. Nada más.
Veo cómo Isabela retrocede como si la hubieran abofeteado.
—¿Apoyo económico? ¿Eso es todo lo que somos para ti? ¿Tu hijo y yo?
—Es más de lo que muchos reciben.
—No quiero tu dinero —las lágrimas corren por las mejillas de Isabela—. Quiero que me ames.
—Isabela, tienes que entender...
—¿Qué tengo que entender? —su voz sube de volumen—. ¿Que fui suficientemente buena para acostarme contigo pero no para estar a tu lado? ¿Que soy suficiente para criar a tu hijo pero no para llevarte del brazo en público?
—Exactamente eso.
Incluso yo, que debería estar disfrutando esto, siento el golpe de esas dos palabras.
Isabela soltó un sonido, un jadeo ahogado que fue mitad sorpresa y mitad dolor.
Y entonces se desmoronó. Sus hombros cayeron, su mano protegió instintivamente su vientre, sus lágrimas caían sin control.
—Vete a casa —dice Max, girándose para darle la espalda—. Mi abogado te contactará mañana para los arreglos.
—Max, por favor...
—Isabela —su tono es una advertencia final—. Vete.
Ella se queda paralizada unos segundos más. Luego, lentamente, camina hacia la puerta principal. Sus pasos son inseguros, como si sus piernas apenas pudieran sostenerla.
Se detiene en el umbral. No se gira hacia Max. En cambio, levanta la vista hacia donde estoy yo, en las escaleras.
Nuestras miradas se encuentran.
Después de un momento, ella baja la mirada y sale. La puerta se cierra con un clic suave que resuena como un disparo en el silencio.
Max se queda inmóvil en el vestíbulo. Puedo ver su reflejo en el ventanal: un hombre perfectamente vestido, con un vaso de whisky en la mano, parado en su mansión multimillonaria.
Completamente solo.
Levanta la vista y nuestros ojos se encuentran a través del reflejo en el vidrio.
—Disfrutaste el show —dice finalmente. No es una pregunta.
—Cada segundo.
Una sonrisa amarga cruza su rostro.
—Eso pensé.
—¿Es así como piensas tratarme a mí también? —pregunto—. ¿Cuando el año termine y puedas deshacerte de mí?
Max se gira para mirarme directamente, no a través del reflejo.
—Tú no eres Isabela, Lorena. Nunca lo fuiste.
—Tienes razón —bajo un escalón, acercándome—. Isabela te ama. Yo no cometeré ese error otra vez.
—Mejor así —dice—. Será más fácil para ambos.
—¿Más fácil? —bajo otro escalón—. Acabas de atar a tu esposa a un año de mentiras. Acabas de convertir a la madre de tu hijo en una empleada. ¿Cuál parte de esto es fácil, Max?
—La parte donde ambos sabemos qué esperar —responde—. Sin ilusiones. Sin promesas falsas. Solo un contrato con fecha de expiración.
—Un año.
—Un año —confirma.
Nos miramos. El vestíbulo que nos separaba parecía un abismo.
Giro y continúo subiendo las escaleras sin mirar atrás.
Al llegar al pasillo que conduce al ala oeste, me detengo. Mi nueva prisión. Mi nuevo territorio.
Isabela se fue llorando. Max se quedó con su whisky y sus justificaciones. Y yo...
Yo acabo de venderme por un año.
En doce meses, cuando este circo termine, yo no saldré de aquí como entré.
Saldré con la mitad de su empresa.
Y con suficiente conocimiento para destruir la otra mitad si es necesario.
Desde abajo, escucho el tintineo de hielo contra cristal. Max sirviéndose otro whisky.
Sonrío en la oscuridad.
Doce meses.
No sé si será suficiente tiempo para mi venganza.
Pero será suficiente para aprender a odiarlo y dejarlo sin que me duela.
***
MAX
Me quedé inmóvil, escuchando el eco decidido de sus tacones en el mármol hasta que el sonido fue reemplazado por el clic de una puerta cerrándose en el ala oeste.
Tomé el vaso de whisky que había dejado. El hielo había empezado a derretirse.
"Aprender a odiarlo".
Una sonrisa amarga tiró de mis labios. Que me odiara. El odio era mil veces mejor que la indiferencia. El odio era pasión. El odio es algo con lo que todavía puedo trabajar.
La mirada de Isabela al salir —rota, suplicante— me había provocado una punzada de irritación. Un error. Un error biológico que ahora amenazaba con complicar el verdadero premio.
Miré hacia la escalera, hacia donde Lorena había desaparecido. Doce meses.
Ella cree que le di tiempo para odiarme. Qué ingenua.
Bebí un trago.
Lorena, te acabo de dar doce meses para recordar por qué eres incapaz de hacerlo.







