La calma que precede a la tormenta es un mito. No hay calma. Solo hay un silencio cargado de electricidad.
Han pasado dos semanas desde que Camila se subió a ese tren hacia Barcelona, desde que la abracé en la estación de Atocha, sintiendo que me arrancaban una extremidad. Ella no miró atrás. Caminó hacia el control de seguridad con la espalda recta, una guerrera herida que se niega a cojear.
Desde entonces, el silencio de Victoria ha sido ensordecedor.
—Está demasiado tranquila —murmuro. Estoy en el despacho de Max en la mansión. Es sábado por la noche. Deberíamos estar viendo una película, eligiendo nombres para el bebé o simplemente respirando. En lugar de eso, estamos rodeados de carpetas azules.
Max levanta la vista de su ordenador. Se ve cansado, pero es ese cansancio sexy y peligroso de un hombre que está cazando.
—No está tranquila, Lorena. Está confiada. Cree que tiene el control porque soltó la bomba sobre Camila. Cree que ahora estamos a la defensiva, lamiéndonos las herid