137. El Perdón Imposible
Me desperté con la boca seca y la cabeza palpitando como si alguien estuviera golpeando un tambor dentro de mi cráneo. La luz del amanecer se filtraba por las cortinas, demasiado brillante, demasiado real.
Durante un segundo bendito, no recordé nada. Luego todo volvió en una avalancha brutal: Victoria, el vino, mis confesiones patéticas, la historia sobre Max que ahora sabía que era mentira.
La vergüenza me golpeó con tanta fuerza que tuve que cerrar los ojos de nuevo.
Escuché voces en la sala. Una masculina, familiar, que hizo que mi corazón se detuviera.
Diego.
Me senté de golpe en la cama, ignorando cómo la habitación giró peligrosamente. Seguía vestida con la ropa de anoche, arrugada y manchada de vino. Me pasé las manos por el cabello enmarañado, intentando inútilmente parecer menos destrozada.
La puerta de mi habitación estaba entreabierta. A través de la rendija, podía ver a Lorena de pie junto a la entrada del apartamento, bloqueando parcialmente mi vista de Diego.
—No es buen