DIEGO
Salgo de la mansión quemando llanta. La frustración me hierve en la sangre. Lorena tiene razón. Maldita sea, sé que tiene razón, y eso es lo que más me duele.
Conduzco sin rumbo por la M-30. El pasaje digital quema en mi bolsillo. Vuelo IB4032. Madrid - Barcelona. 7:00 horas. Asiento 4A.
Podría ir igual. Podría inventarme una excusa para Amalia sin la ayuda de Lorena. Podría decirle que surgió una emergencia en una obra. Podría subirme a ese avión y plantarme en su puerta en el Eixample.
Imagino la escena: ella abriendo la puerta, la sorpresa en sus ojos verdes, el beso de película, el perdón instantáneo.
Pero luego, la realidad se filtra como agua sucia. Imagino su cara de dolor. Imagino el rechazo. Imagino romper lo poco que queda de su dignidad y de la mía. Imagino a Camila llorando de nuevo por mi culpa.
Me detengo en una gasolinera en medio de la nada. Apago el motor. El silencio dentro del coche es asfixiante.
Saco el móvil. Mis manos tiemblan. Abro Instagram. Entro en mi