136. Confrontación
El edificio de Camila estaba a oscuras cuando llegué, excepto por una ventana en el tercer piso donde la luz parpadeaba con la irregularidad de alguien que ha estado bebiendo. Sabía que era su apartamento incluso antes de verificar el número.
Llamé al timbre. Una vez. Dos veces. Al tercero, escuché pasos torpes arrastrándose hacia la puerta.
—¿Quién es? —la voz de Camila sonaba pastosa, rota.
—Soy yo. Lorena.
Un silencio largo. Luego el sonido de cerrojos abriéndose.
La puerta se entreabrió y Camila apareció en el umbral. Tenía el maquillaje corrido en manchas negras bajo los ojos, el cabello enmarañado cayendo sobre su rostro, una botella de vino medio vacía colgando de su mano derecha. Llevaba una camiseta arrugada que reconocí como una de Diego.
—No deberías estar aquí —dijo, pero se hizo a un lado para dejarme pasar.
El apartamento estaba en penumbras, iluminado solo por una lámpara de pie en la esquina. Botellas vacías decoraban la mesa de centro junto a un teléfono que parpadeab