El cuerpo de Isabella temblaba como una hoja azotada por el viento. Se obligó a permanecer en silencio, a no emitir ni un solo ruido, aunque el miedo le estrujara el pecho.
Cada latido de su corazón parecía retumbar en las paredes, como si fuera a delatarla.
Sus labios se entreabrieron para dejar escapar un hilo de aire contenido, pero lo reprimió a tiempo.
Sin embargo, esconderse de un hombre lobo nunca había sido una tarea fácil.
Mucho menos de Kaen.
Él se detuvo en seco, girando la cabeza lentamente, como si escuchara un murmullo imperceptible para cualquier humano.
Su mirada se oscureció y, aunque Isabella no podía verlo desde su escondite, lo sintió. Ese instinto animal que siempre lo mantenía alerta había despertado, y ella lo sabía.
Kaen inspiró profundamente, llenando sus pulmones con el aire cargado de miedo y adrenalina.
Un aroma inconfundible lo golpeó con fuerza: vainilla y rosas. Isabella.
El olor de su piel, de su cabello, de su esencia entera, estaba allí, impregnando e