Isabella lo empujó con todas las fuerzas que su cuerpo tembloroso pudo reunir.
—¡Nunca! —su voz quebrada vibró en el aire, pero cargada de una valentía desesperada—. ¡Nunca! ¿Cómo te atreves, Dante? Yo jamás seré tuya. ¡Kaen no está muerto! Él vive, lo siento en mi alma, y sé que nunca me abandonará.
Dante comenzó a reír. No era una risa común, sino un estallido oscuro, áspero, que resonaba como un eco maldito en las paredes de la habitación.
Su carcajada era una mezcla de burla y locura, un sonido que erizaba la piel, que helaba la sangre.
—¿No lo entiendes, querida sobrina? —murmuró con crueldad—. Esa esperanza inútil solo te romperá más el alma. No puedes hacer nada. Ahora sé lo poderosa que puedes ser como Luna, incluso siendo ciega… y eso solo me confirma lo inevitable: serás mía. Como lo fue tu madre, ¡Quieras o no!
El hombre rugió con la fuerza de su lobo interior.
El sonido era tan brutal, tan desgarrador, que Isabella se cubrió los oídos con desesperación, como si pudiera dete