La luna nueva apenas se asomaba detrás de las nubes cuando los miembros de la manada comprendieron que lo que estaban presenciando superaba todas sus esperanzas: Isabella y Kaen, bajo el suave resplandor plateado, se alzaban en medio del claro del bosque, coronados por la luz lunar que parecía suspender el aire, detener el tiempo.
Un murmullo creció al principio entre los lobos, un silencio cargado de asombro, luego un aullido que rasgó la noche como si el viento mismo lo hubiera convocado.
—¡Es un milagro de la Diosa Luna! —gritó uno de los lobos, con la voz temblando de emoción, mientras alzaba la cabeza para encontrarse con la luna invisible, y la manada entera rugía con aceptación y reverencia.
El lobo que había intentado causarles daño, ese que había desafiado el orden, corrió enloquecido. Sus ojos brillaban salvajes, llenos de furor y miedo.
Fue perseguido por hombres de la manada con antorchas rojas, con ramas y lanzas improvisadas. Los pasos resonaban, los gruñidos competían co