Isabella buscaba en cada rincón de esa mansión antigua, un lugar que alguna vez había estado lleno de risas y amor, pero que ahora se sentía como un laberinto oscuro y desolado.
La desesperación la consumía, lo único que realmente deseaba era volver a ver a su madre, nada más le importaba.
Esa conexión, ese lazo irrompible entre madre e hija, era lo que la mantenía en movimiento, lo que la impulsaba a no rendirse.
Mientras recorría los pasillos polvorientos, su corazón latía con fuerza, resonando en sus oídos como un tambor de guerra.
Cada habitación que inspeccionaba parecía contarle una historia de tristeza y abandono.
Las sombras danzaban a su alrededor, creando figuras que parecían burlarse de su angustia.
Fue entonces que, al entrar en la habitación principal, algo inusual llamó su atención: un color extraño en la pared.
Era un tono que para cualquiera podría pasar desapercibido, pero no para ella. Isabella se entrenó desde niña para notar los detalles, para escuchar los susurros