Isabella respiró hondo, sintiendo cómo cada músculo de su cuerpo temblaba bajo la tensión, el miedo y la adrenalina que la recorrían como un río de fuego.
Daba un paso tras otro, consciente de que no solo estaba frente a la prueba de los ancianos, sino frente a toda la traición y la malicia que se cernían sobre ella desde hacía semanas.
Cada latido de su corazón le recordaba la responsabilidad que cargaba: su fuerza, su ingenio y su capacidad para mantener el control serían la única barrera entre su manada y el caos.
La dignidad de aquellos que había jurado proteger dependía de cada decisión que tomara.
La carpa estaba llena de aullidos, rugidos y murmullos, de lobos desbocados, algunos nerviosos, otros expectantes. Isabella cerró los ojos un instante, respiró profundo y se permitió sentir la energía de todos los presentes, dejando que esa sensación la fortaleciera.
La tensión era casi palpable, como si el aire mismo hubiera cobrado vida y la rodeara con mil cuchillas invisibles. Sin