Claire se acercó a su padre, con los ojos brillando de malicia y emoción contenida. Su voz era un susurro cargado de orgullo y perversidad.
—¡Lo hice! —exclamó—. El cuenco contiene afrodisiaco de luna roja. Mi primita… enloquecerá ante todos los lobos machos, padre. Quedará en ridículo como una Luna salvaje, incontrolable. Todos se burlarán de ella, y la manada perderá respeto.
Dante sonrió, complacido con la astucia de su hija.
Sus manos acariciaron el rostro de Claire con un gesto paternal, pero cargado de complicidad oscura.
Besó su frente con suavidad, casi como sellando un pacto.
—¡Bien hecho, pequeña! —dijo, y en sus ojos brillaba la satisfacción de un plan en marcha, de un poder que crecía entre sus dedos.
Claire retrocedió, satisfecho su cometido, mientras regresaba a su lugar, su sonrisa maliciosa jugando con la tensión que pronto se desataría en la competencia.
Dante caminó hacia Chad, su presencia imponente proyectando autoridad incluso sin necesidad de palabras. Su voz cor