El silencio en la cabaña se habĂa vuelto casi sagrado.
Aidan dormĂa en el sillĂłn frente al fuego, la cabeza ladeada y el ceño fruncido incluso en sueños. Eira lo observaba desde la cocina improvisada, donde hervĂa unas hierbas para aliviar el dolor de cabeza que la perseguĂa desde hacĂa dos dĂas. No era solo agotamiento fĂsico; era otra cosa… algo más profundo, como una advertencia.
Desde que cruzaron palabras con el extraño lobo solitario, Faelan, los ánimos en la comunidad se habĂan tensado. Aidan no lo decĂa con claridad, pero Eira percibĂa su recelo. HabĂa algo en ese hombre que lo inquietaba, aunque el resto de la manada lo viera como un alma errante, una más que buscaba redenciĂłn.
Pero para Eira… no. Ella lo habĂa sentido. Su mirada no era solo de alguien que conocĂa el dolor; era de alguien que conocĂa su dolor.
Faelan parecĂa saber más de lo que decĂa.
—¿No vas a descansar? —la voz de Aidan la sacó de sus pensamientos.
—No puedo dormir —respondió sin voltear. Agitó las hojas e