El bosque guardaba silencio esa noche.
No era el silencio apacible de una madrugada tranquila, sino uno espeso, que parecĂa pegarse a la piel como niebla densa. Eira caminaba en medio de la espesura, guiada solo por la tenue luz de la luna que se filtraba entre los árboles, y por un dolor antiguo que palpitaba en su pecho, como un eco que reciĂ©n habĂa despertado.
Desde el encuentro con la manada errante —esa extraña comunidad nĂłmada de exiliados marcados como ella—, algo en su interior habĂa comenzado a removerse. No era sĂłlo el recuerdo de su pasado o las cicatrices que aĂşn ardĂan cuando soñaba; era más bien la sensaciĂłn de que todo lo que habĂa vivido la estaba llevando a este momento. A esta decisiĂłn.
Aidan la habĂa mirado con gravedad esa mañana. No le preguntĂł adĂłnde iba. No necesitĂł hacerlo. Él tambiĂ©n lo sentĂa: el llamado.
“Si no vuelves…”, habĂa comenzado Ă©l.
“Volveré”, prometió Eira, tocando su mejilla con ternura. “Pero necesito saber quién soy antes de seguir siendo algo p