La respiración de Elira era entrecortada. Aún sentía el calor del aliento de Kael en su cuello, y el recuerdo de sus labios sobre su piel no la abandonaba. Habían compartido algo más que un momento de deseo: fue un instante primitivo, animal… pero también profundamente humano.
La tensión de la noche anterior seguía en el aire mientras caminaban en silencio por el sendero que bordeaba el bosque. Kael no había dicho una palabra desde que se separaron esa madrugada. Su expresión era inescrutable, pero sus ojos... sus ojos aún ardían como brasas contenidas.
—¿Te arrepientes? —preguntó ella de repente, sin poder soportar más la incertidumbre.
Kael se detuvo, y su silencio fue más ruidoso que cualquier grito. Finalmente, se volvió hacia ella.
—Nunca —respondió con firmeza—. Pero me aterra lo que puedas sentir tú. Lo que hay dentro de mí… no es fácil de controlar. Y cuando te tengo cerca… ese lobo que llevo dentro no razona.
Elira tragó saliva, entendiendo el peso de sus palabras.
—Yo tampoc