El silencio que dejĂł la Ăşltima palabra de Kael fue tan espeso que dolĂa.
Elira no supo si el mundo dejó de girar o si simplemente fue su corazón el que se detuvo. “Fuiste tú quien me salvó aquella noche…”, repitió en su mente una y otra vez. Su voz, apenas un susurro, rompió la quietud:
—¿Cómo…? ¿Por qué no me lo dijiste antes?
Kael bajĂł la mirada, como si cargar con su pasado pesara más que su forma inmortal. Los recuerdos le nublaron los ojos. Todo el dolor que habĂa intentado enterrar comenzĂł a salir, como una marea imparable.
—No lo supe hasta que te vi. Aquella noche, eras solo una niña… frágil, rota, cubierta de sangre. Tu alma gritaba por ayuda y… lo sentĂ. Algo en mĂ no pudo ignorarte. Me transformĂ©, aun sabiendo que romperĂa las reglas del pacto ancestral. Pero no podĂa dejarte morir. —Su voz se quebró—. Aquel dĂa, marcaste mi destino.
Elira temblaba. La imagen de su niñez, aquella que habĂa reprimido, comenzĂł a clarificarse como un sueño difuso que poco a poco cobraba nitide