La noche parecía quieta, pero algo en el aire pesaba distinto. No era el frío, ni el silencio… era una sensación. Como si algo más se moviera entre las sombras, algo que los estaba alcanzando.
Elira dormía con Kaelen en brazos, su calor diminuto aferrado a su pecho como si lo protegiera de un mundo que aún no entendía. Kael estaba sentado a su lado, los ojos clavados en la puerta cerrada, alerta a cada sonido, a cada sombra que se arrastraba más allá de sus sentidos.
Y entonces ocurrió.
Un llanto.
Pero no un llanto cualquiera. Era un lamento antiguo, como si miles de voces se hubieran reunido en una sola garganta diminuta. Elira abrió los ojos de golpe, con el corazón acelerado. El bebé se retorcía entre sus brazos, sus pupilas dilatadas mirando hacia el techo, pero sin ver. Un temblor recorrió su pequeño cuerpo.
—Kael —susurró Elira, sujetando al niño con fuerza—. Está soñando. Pero… ¿qué es esto?
Kael se acercó de inmediato, su energía protectora rodeándolos como una segunda piel. P