El viento cortaba la piel como cuchillas heladas.
Lucien caminaba al frente, cubriendo a Aeryn con su cuerpo, mientras el terreno se volvía más escarpado, más cruel, más ajeno a todo lo humano o sobrenatural. Las Montañas Negras se alzaban como dientes antiguos entre la niebla.
Cada paso dolía.
Cada respiración era un grito interno.
Y Aeryn ya no solo luchaba contra el frío. Luchaba contra su propio cuerpo, que comenzaba a prepararse para dar vida.
—Está cerca… —dijo ella, apoyando una mano en la roca húmeda—. Lo siento… lo veo en mis sueños, en mis huesos. Él quiere nacer aquí.
Lucien la sostuvo con una ternura salvaje, su brazo envuelto firme alrededor de ella.
—Estamos a punto de cruzar el último límite. Solo uno más.
Ella lo miró.
—¿Y si no lo logramos?
Él no respondió con palabras.
La besó en la frente… como si ese beso fuera un voto eterno.
Cuando alcanzaron el paso final, la niebla se abrió… y apareció una figura.
Alto. Inmóvil. Con una túnica plateada que parecía tejida con es