Elian dormía.
Pero el mundo no.
Desde que su primer llanto cruzó las Montañas Negras, algo se quebró en las fibras del mundo sobrenatural. Aquellos con sangre vieja comenzaron a sentir un eco vibrante bajo la piel. Y los que servían al Olvido… temblaron.
Elian, el niño de luna y sangre, había nacido con recuerdos.
Y los estaba soñando.
Aeryn no se separó de él en ningún momento. Su pequeño cuerpo estaba tibio contra su pecho, pero su mente… era otra cosa.
Incluso al dormir, Elian parecía escuchar.
—A veces me mira como si supiera más que nosotros —susurró ella, mientras Lucien acariciaba su cabello desde detrás.
—Y a veces llora sin hacer ruido —respondió él—. Como si recordara cosas que no debería.
Elian tenía los ojos cerrados, pero su respiración no era la de un recién nacido agitado. Era lenta, profunda. Como quien ha meditado durante milenios.
Lucien apoyó los labios en la frente del niño.
—Tiene tu fuego —dijo con ternura.
—Y tu sombra —respondió Aeryn, sonriendo sin sonreír del