El regreso al penthouse había estado envuelto en un silencio tan denso que Valeria podía sentirlo presionando contra su piel. Aleksandr no había pronunciado palabra durante todo el trayecto, pero sus manos sobre el volante y la tensión de su mandíbula contaban una historia de control a punto de romperse.
Ahora, tres días después, ese silencio se había transformado en algo más siniestro: vigilancia constante.
Valeria lo sentía en cada rincón del penthouse. Los guardias que aparecían en lugares donde antes no estaban. Viktor, el jefe de seguridad, reportándose con Aleksandr cada dos horas. Las miradas penetrantes que él le lanzaba cuando creía que ella no se daba cuenta, como si intentara leer los secretos escritos en su alma.
Era una jaula de oro que se cerraba lentamente, asfixiándola.
—El desayuno está servido, señorita Montes —anunció el ama de llaves, interrumpiendo sus pensamientos.
Valeria bajó al comedor, donde Aleksandr ya estaba sentado, revisando documentos en su tablet. Cuand