El sol se ocultaba tras los edificios de la ciudad cuando Valeria salió del consultorio médico. La revisión de su embarazo había ido bien; el pequeño ser que crecía en su interior estaba saludable. Sonrió mientras guardaba la ecografía en su bolso, pensando en la expresión que tendría Aleksandr al verla. Aunque su relación seguía siendo complicada, el ruso había mostrado un lado protector que la sorprendía cada día.
Miró su reloj: las siete y media. Aleksandr le había dicho que enviaría a Andre a recogerla, pero aún faltaban quince minutos. Decidió esperar en la cafetería de la esquina, donde podría tomar algo caliente mientras tanto.
Lo que Valeria no notó fueron los dos hombres que la observaban desde un sedán negro estacionado al otro lado de la calle. Tampoco percibió cómo uno de ellos hablaba por teléfono, confirmando su posición.
—La tenemos a la vista. Está sola.
La voz al otro lado de la línea era fría, calculadora.
—No la pierdan. Esperen el momento adecuado —ordenó Iván Petro