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El frío se había convertido en su única constante. Valeria se acurrucó en la esquina de aquella habitación austera, envolviendo sus rodillas con los brazos en un intento desesperado por conservar algo de calor. Habían pasado tres días desde que Iván la había secuestrado, aunque para ella el tiempo se había convertido en un concepto difuso, medido únicamente por las visitas de su captor y las escasas comidas que le proporcionaba.

La habitación era pequeña, con una cama individual, un baño minúsculo y una ventana sellada que apenas dejaba entrever el exterior. No había relojes, ni teléfonos, ni forma de comunicarse con el mundo. Solo silencio y la constante preocupación por su bebé.

El sonido de la cerradura la sobresaltó. Iván entró con su habitual sonrisa calculadora, cargando una bandeja con comida que depositó

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