La noche caía sobre la mansión Draeven como un manto de terciopelo negro. Adriana observaba desde el ventanal cómo las nubes se arremolinaban en el cielo, presagiando una tormenta que parecía reflejar perfectamente el caos que sentía en su interior. Sus dedos tamborileaban contra el cristal frío, mientras su mente repasaba una y otra vez los acontecimientos de las últimas semanas.
El reflejo de Lucien apareció de pronto en el cristal, materializándose detrás de ella como una sombra elegante. No necesitaba voltearse para sentir su presencia; su cuerpo había desarrollado una especie de radar que detectaba la proximidad del vampiro milenario. Era como si el aire se electrificara, como si cada molécula entre ellos vibrara con una frecuencia distinta.
—Sigues aquí —dijo él, su voz profunda rompiendo el silencio como una piedra arrojada a un estanque tr