La biblioteca de la mansión Draeven se había convertido en mi refugio durante los últimos días. Entre antiguos volúmenes de historia vampírica y tratados sobre linajes de sangre, intentaba distraer mi mente de la presencia constante de Lucien. Pero era como intentar ignorar la gravedad: imposible y agotador.
El silencio se rompió cuando la puerta se abrió sin previo aviso. No necesitaba levantar la vista para saber quién era. Su aroma —madera antigua, especias y algo metálico que solo podía ser sangre— inundó mis sentidos antes que su figura llenara el umbral.
—Adriana —pronunció mi nombre como si fuera una sentencia—. Es hora de dejar de esconderte.
Cerré el libro con más fuerza de la necesaria.
—No me estoy escondiendo.
—¿No? —Lucien avanzó con esa gracia depredadora q