El Bentley se detuvo en un camino de tierra que parecía perderse en la oscuridad. Adriana miró por la ventanilla, desconcertada. No había nada allí, solo árboles antiguos cuyas ramas se retorcían hacia el cielo como dedos suplicantes.
—¿Dónde estamos? —preguntó mientras Lucien apagaba el motor.
—En ningún lugar que aparezca en los mapas modernos.
La respuesta enigmática de Lucien no la sorprendió. Se había acostumbrado a sus misterios, aunque seguían irritándola. Él salió del vehículo y, con un gesto elegante, le abrió la puerta. El aire nocturno olía a tierra húmeda y a algo más antiguo, como si el tiempo mismo tuviera aroma.
—Sígueme —ordenó Lucien, adentrándose en el bosque.
Adriana lo siguió, agradeciendo sus sentidos h&ia