El aire en el templo era denso, cargado de una energía palpable que parecía susurrar secretos antiguos al oído de Rhea. Caminó con cautela por el pasillo principal, sus pasos resonando en la vastedad de la estructura. La piedra fría debajo de sus botas contrastaba con la calidez que sentía en su espalda, la misma que había comenzado a arder nuevamente desde que había cruzado el umbral. Su marca. Esa espiral en su piel parecía despertar en la quietud del templo, pulsando con vida propia, como si le hablara, pero Rhea no entendía qué quería decirle.
El Templo de la Llama Eterna no era un lugar de simple adoración; era una reliquia olvidada, un vestigio de algo mucho más grande, y ella lo sentía en cada rincón sombrío. Había algo más aquí, algo que esperaba por ella. Algo que aún no podía comprender. En la penumbra, los ecos de su respiración se unían al crujir lejano de las piedras. ¿Qué había sentido al entrar? ¿Era la proximidad de algo desconocido? ¿La llamada de la marca sobre su espalda? No lo sabía, pero algo la atraía, como un magnetismo ancestral, algo que la empujaba a seguir adentrándose, sin preguntar. De repente, una sombra cruzó su camino, haciendo que Rhea se detuviera en seco. Su pulso se aceleró, y una extraña sensación de inquietud se apoderó de su pecho. Alzó la cabeza rápidamente, pero no vio a nadie. Solo una presencia, la sensación de ser observada, como si estuviera siendo seguida. ¿Quién? La oscuridad parecía acurrucarse a su alrededor, y fue entonces cuando lo vio. La figura de un hombre emergió de entre las sombras, su rostro parcialmente cubierto por la capucha de su capa. Rhea apretó los dientes, preparada para lo peor, pero el hombre no hizo movimiento alguno. La tensión en el aire aumentó, y aunque su rostro no era visible, Rhea pudo percibir el peso de su mirada sobre ella, como si pudiera ver a través de su alma. “No te asustes.” La voz del hombre resonó bajo, profunda, como el retumbar de un trueno distante. “No he venido a hacerte daño.” Rhea no respondió de inmediato. En lugar de eso, observó al hombre con cautela, reconociendo una familiaridad en su presencia, como si hubiera sentido su cercanía antes, aunque nunca lo hubiera visto. Su instinto le decía que este hombre no era común, y por alguna razón, su marca reaccionaba a él, ardiendo con una intensidad que no podía controlar. “No te conozco,” dijo ella, su voz rasposa por la incomodidad. “¿Qué quieres de mí?” El hombre dio un paso al frente, sus botas resonando en el suelo. “Lo que quiero, no es lo importante. Lo que necesitas, lo es.” Rhea frunció el ceño, su cuerpo tensándose en alerta. “No sé de qué hablas.” “Lo sabrás pronto.” El hombre dejó escapar un suspiro, como si estuviera cansado de decir las mismas palabras una y otra vez. “Te he estado buscando, Rhea. Aunque aún no lo entiendas, este es el principio.” Las palabras lo golpearon como una ráfaga helada. Rhea retrocedió un paso, sin poder evitarlo. ¿Cómo podía él saber su nombre? Nunca lo había visto, y aún así, sentía que algo sobre él estaba... marcado, de alguna forma. Su corazón latía con fuerza, mientras la marca en su espalda palpitaba, casi como si intentara comunicarse con él. “¿Qué eres?” preguntó Rhea, su tono lleno de desconcierto y desconfianza. “¿Por qué sientes que me conoces?” “Soy alguien que entiende lo que llevas dentro,” respondió él, su mirada fija en ella. “Y tú, Rhea, estás destinada a algo mucho más grande que lo que imaginas.” La marca en su espalda volvió a latir con intensidad, casi como si estuviera respondiendo a las palabras de ese hombre. Un sudor frío cubrió la frente de Rhea, y sus ojos se clavaron en el desconocido. Algo en su interior le decía que este encuentro no era una casualidad. Pero ¿por qué él? ¿Y qué quería de ella? “No entiendo,” dijo, apretando los dientes. “No sé qué estás diciendo, y no quiero saberlo. Estoy buscando respuestas por mí misma, no de... de ti.” El hombre la observó en silencio por un largo momento, sus ojos dorados brillando con una intensidad peligrosa. “Tus respuestas las hallarás más cerca de lo que piensas. No puedes correr de lo que eres, Rhea.” El nombre le sonó como un eco en su mente. Rhea. No podía evitar pensar que su destino estaba vinculado a ese hombre, a esa presencia que ahora se acercaba cada vez más. La marca sobre su espalda ardió de nuevo, y la sensación de ser observada se hizo más fuerte. “Yo no soy quien crees,” susurró Rhea, pero la duda se instaló en su voz. Había algo en ese hombre que la desbordaba, que la atraía y, al mismo tiempo, la aterraba. El hombre dio un paso hacia ella, su sombra alargándose sobre el suelo. “No tienes que ser quien crees. Eres mucho más que eso, Rhea.” Con una última mirada, el hombre se desvaneció de nuevo en las sombras, dejando a Rhea sola, su mente llena de confusión. El eco de sus palabras seguía resonando en sus oídos, como si estuviera siendo perseguida por una verdad que aún no entendía. Mientras el silencio envolvía el templo, Rhea sintió que una parte de ella se quebraba. ¿Qué significaba todo esto? ¿Qué era lo que este hombre, Kael, quería de ella? Y, lo más importante, ¿por qué su marca reaccionaba a su presencia como si fuera una llave para algo que ni siquiera sabía que existía? La oscuridad del templo se cerró a su alrededor, y por primera vez en mucho tiempo, Rhea sintió que las respuestas que tanto había buscado parecían estar más cerca de lo que había imaginado.