Capítulo 24 – Ecos del Despertar
El fuego no se apagó cuando abandonaron la cámara de Veyrion.
Se aferró a Rhea como una segunda piel, como un aliento invisible que rozaba cada centímetro de su cuerpo desde dentro. No era solo calor. Era memoria viva, emoción encarnada, un vestigio antiguo que la acompañaba con cada paso. El fuego, ahora transformado, no solo ardía para defender o atacar; ardía para revelar, para reclamar, para susurrarle secretos que solo su sangre parecía entender.
Su piel hormigueaba con una sensibilidad nueva. Cada partícula de ceniza en el aire, cada grieta en la piedra, cada sombra encendida por las antorchas, parecía formar parte de un lenguaje que solo ella podía leer. Había una resonancia en sus huesos, como si su cuerpo estuviera en sintonía con una melodía antigua que llevaba siglos silenciada.
Era el eco del despertar. Y su corazón, aún agitado por la cercanía