NIKOLAI
Aria temblaba en mis brazos, su respiración entrecortada aún rozando mi piel. La observé bajo la tenue luz que se filtraba por la ventana, su rostro relajado, con ese brillo de satisfacción que me hizo sentir un orgullo primitivo. Era mía. No porque la hubiera tomado, sino porque ella me había permitido hacerlo, porque confiaba en mí lo suficiente como para entregarse de esa manera.
Mis dedos recorrieron con suavidad su espalda desnuda, dibujando patrones invisibles sobre su piel caliente.
—¿Cómo te sientes? —pregunté en un murmullo, presionando un beso en su frente.
Ella abrió los ojos lentamente, sus pupilas todavía dilatadas, sus labios curvarse en una leve sonrisa.
—No lo sé… —su voz sonaba ronca, gastada—. Pero si esto es estar en el cielo, no quiero bajar.
Reí bajo, una risa profunda y satisfecha, antes de besar la comisura de sus labios.
—Todavía no conociste el cielo, muñeca. Cuando lo haga te mantendré allí arriba.
Ella suspiró, acurrucándose contra m