Deneb estaba sentada en la alfombra rosa de su nueva habitación, entretenida con sus crayones y una hoja de papel donde dibujaba una figura grande, de cabello oscuro y muchas formas en los brazos, con una niña de trenzas de la mano. Everly la observaba desde el marco de la puerta, recargada suavemente, sintiendo cómo una mezcla de dulzura y miedo le carcomía el estómago.
—Mami… —Deneb levantó la mirada, sus ojos brillantes como dos lunas encendidas—, ¿Eiríkr es mi papá?
Everly sintió cómo el aire se le quedaba atrapado en la garganta. La pregunta había llegado sin preámbulo, sin filtros, sin tiempo para prepararse. Ya estaba dicho… pero no confirmado. Había un temor profundo en ella: que todos se enteraran y la juzgaran como una oportunista.
—¿Por qué lo preguntas, cielo? —susurró, acercándose y sentándose a su lado.
La niña encogió los hombros. Eiríkr ya le había dicho que era su padre.
—Porque me cuida. Me abraza. Me compra cosas ricas. Me mira como tú… cuando yo duermo. Y… tiene el