La noche era espesa y callada. No había viento, ni el murmullo de los árboles, ni siquiera el canto lejano de los grillos. Todo estaba en pausa, suspendido en un silencio ominoso que parecía envolver la habitación donde Somali dormía. Su respiración era irregular, los labios estaban entreabiertos y la frente perlada en sudor. Su cuerpo, aunque quieto, temblaba levemente.
Las paredes parecían acercarse. El techo aparentaba estar más bajo de lo normal. Y de pronto, todo se nubló. Las voces, primero distantes, comenzaron a envolverla.
—Agárrenla bien.
Somali alzó la vista con dificultad, sintiendo que algo no encajaba, que el mundo había cambiado sin previo aviso. A su alrededor, había figuras humanas... o al menos, eso parecía. Hombres y mujeres de estatura incierta, envueltos en batas blancas que caían como telas de hielo. Pero no tenían rostro, ninguno lo tenís. Solo eran siluetas borrosas, sombras que se movían con precisión inhumana. Eran como espectros disfrazados de ciencia.
Sus m