—No vuelvas a hacer esto, Somali —impuso Dorian con una firmeza que no dejaba espacio a réplica inmediata—. Si no quieres que me vea obligado a encerrarte, no sigas planeando cosas de este tipo. No lo voy a permitir.
Somali alzó el rostro lentamente, clavando sus ojos en los suyos. La incredulidad se reflejó primero en su expresión, seguida de rabia y dolor.
—¿Encerrarme? —resaltó—. ¿Es esa tu solución? ¿Amenazarme con encierro porque quiero salvar a mi hijo? ¿Porque busco una alternativa?
Dorian suspiró profundamente, pasando una mano por su rostro en un gesto de agotamiento. No había descanso en sus días, no desde que la salud de Somali empezó a deteriorarse de nuevo.
—No son alternativas, Somali. No puedes llamarlas así, no puedes disfrazar de opciones lo que en realidad son impulsos desesperados, decisiones nacidas del miedo y la desesperanza. Son ideas peligrosas que no solo amenazan con romper todo lo que somos, sino que podrían destruirte. ¿No lo ves? Ese plan, lo del mundo hu