El bosque de Varhallow amanecía cubierto por un velo de neblina suave, los árboles se mecían con ligereza, murmurando entre sus ramas como testigos antiguos del momento que se avecinaba.
Somali llevaba varios días sintiendo cambios en su cuerpo. La vida que crecía dentro de ella había estado avisando con pequeños empujes, con una calma distinta a la de su primer embarazo. No hubo episodios alarmantes, ni signos de agotamiento, ni conexiones peligrosas entre su poder y el bebé. Esta vez, todo había sido humano, orgánicamente natural. Ella misma sentía que su cuerpo había sido bendecido por una tregua, como si su esencia hubiera aprendido, en esta segunda gestación, a dejar de luchar contra sí misma.
Ese día, al despertar, lo supo. No porque el dolor la invadiera de forma brusca, como cuando trajo al mundo a Iván, sino porque su cuerpo parecía haberse preparado con suavidad. Era un aviso paciente, como si su vientre le hablara y le dijera “es hoy, ya es hora”.
Dorian se encontraba en e