El vínculo que Celia y Nectáreo estaban gestando ante mis ojos me hacía sentir fuera de lugar, como si ese espacio lleno de calidez no estuviera destinado a incluirme. Cada mirada que ella enviaba a su supuesto hermano era un pequeño puñal que se clavaba un poco más hondo. Traté de disimularlo, pero mis dedos tensos alrededor de la copa del vino delataban lo que mi semblante serio intentaba esconder.
—La encontraremos —afirmé al notar su silencio y cómo su mirada se perdía en la fotografía de ella que reposaba sobre el refrigerador.—¿Lo crees realmente? Han pasado dos años sin una sola señal —replicó Nectáreo con un hilo de voz—. Ella me conoce; sabe cuánto me preocupa. No me habría dejado sin noticias si tuviera la oportunidad de mandarlas.—No pierdas la fe —intervino Dante con firmeza—. Tenemo