No dije nada aferrándome a su cuerpo aterrada como si fuera mi única tabla salvavidas en medio de un mar embravecido por una tormenta. El miedo me había invadido nuevamente al enfrentar lo desconocido, pero su presencia a mi lado me daba fuerzas. Tomé su mano con firmeza y asentí, lista para descubrir la verdad, pasara lo que pasara.

 Al salir de la mano de Alonso, me asombró ver cómo su hermano Dante se adelantaba y, sin más, me dio un fuerte abrazo al tiempo que me aseguraba con voz tranquilizadora:

—No temas, cuñada, te cuidaremos —y se separó de mí, entregándome mi maleta, aquella que había dejado en casa de Alonso en Roma con todos mis papeles—. Te traje esto para que aclaremos las dudas.

 Nectáreo se acercó a mí preocupado y también me dio un cálido abrazo. Lo dejé, pues podía ser en