Con cada movimiento, cada empuje, cada grito, siento que estamos viviendo el nacimiento de nuestro amor. Me levanta de un golpe, poniéndose de pie y llevándome consigo. Sus pies descalzos acarician el suelo, alternando entre el control preciso y la entrega total. Me recuesta contra la pared, mientras su cabeza se hunde entre mis senos. Sus movimientos son a la vez poderosos y delicados; hay una fuerza que quiere taladrar y, al mismo tiempo, cuidarme.
Es una mezcla de intensidad con suavidad. El movimiento se convierte en una serie de contrastes que reflejan nuestras complejidades. Nos movemos a través de la habitación sin dejar de amarnos, como si el amor fuese madurando con el tiempo que estuvimos separados. Ambos hemos explotado entre gemidos y gruñidos. Conmigo entre sus brazos, se dirige al baño; estoy agotada y quiero decirle toda la verdad, pero al mismo tiempo temo. Sin dejar de besarnos y acariciarnos, nos