296. UN POCO DE FELICIDAD

ALONSO:

Celia se detuvo frente a mí, su figura desnuda iluminada por la suave luz del atardecer que se colaba por la ventana. No había ni un ápice de vergüenza en su mirada mientras me pedía que besara su vientre, donde nuestro pequeño milagro apenas comenzaba a crecer. Mi corazón latía desbocado, dividido entre el deseo y la ternura.

—¿Por qué no lo besas? —preguntó con una sonrisa coqueta, acercándose con pasos lentos y deliberados. Podía sentir cómo cada fibra de mi ser respondía a su presencia.

Acababa de salir de la ducha, con la intención de vestirme e ir a resolver los asuntos pendientes que rondaban mi mente. Pero ahí estaba ella, mi Celia, desafiando toda lógica y razón con su belleza.

Una parte de mí seguía dándole vueltas a la intuición sobre mi madre. Sabía que no había una gota de bruja en ella, pero algo más debía existir. Sin embargo, todos esos pensamientos se desvanecieron ante la visión de mi esposa.

Con toda la fuerza de voluntad que pud
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