262. DE RODILLAS

DANTE:

 Sonreí al escucharla, pero no dije nada. Aunque Diletta quería ocultar el miedo que sentía al verme herido, no podía. Había vivido demasiadas emociones en un corto plazo, y era incapaz de esconder lo que sentía por mí,  disfrutaba de ver que ella me amaba y se preocupaba.  Algo que nunca antes había experimentado.

 Por su parte, Diletta, al ver que no podíamos entrar en la casa, sin más preámbulos, se quitó una venda de su propia mano y la enrolló con firmeza alrededor de mi herida de bala. Me limité a observarla, viendo cómo se estremecía al contacto con mi piel. Un deseo intenso de abrazarla me invadió, pero me contuve. Dejaría que fuera ella quien decidiera cuándo sería ese momento.

 —No es nada —traté de tranquilizarla—. Sólo es un rasguño.

 —No te muevas —me ordenó ella mientras me limpiaba la sangre y me apretaba fuerte la venda. 

 No insistí en tratar de calmarla. A pesar de la situación caótica
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