Salí en pos de Diletta y Agustino, con el corazón latiendo a un ritmo frenético, temiendo que ella pudiera precipitarse hacia otra de sus insensatas actuaciones. Los tres nos adentramos en el comedor, un espacio amplio y resonante que ya cobijaba a Bethania y Celeste, sumidas en la penumbra matutina. Celeste, con una mirada que destilaba sus celos, observó cómo Diletta se aferraba al brazo de Agustino con familiaridad, para luego dirigir sus ojos hacia mí, que me esforzaba por ajustarme el saco con una dignidad fingida.
—Buenos días —articulé, intentando infundir un toque de normalidad al ambiente mientras tomaba asiento junto a Diletta. Ella, con un gesto imperioso, desplazó a Bethania de su sitial para acercarse a Agustino, susurrándole secretos que solo ellos compartían.—¿No piensas servir el desayuno como siempre, Celia? —inquirió Celeste, esbozando una s