117. CONTINUACIÓN

Agustino de pronto apretó mi brazo y me miraba aterrorizado. Dante bajó despacio las escaleras.

—Por favor, perdonen a mi esposa, está muy asustada y alterada. No quiso decir eso —y sin más, me tomó en sus brazos—. Todavía se confunde y tiene pesadillas por el tiempo en que la obligaron a hacer eso cuando la tuvieron secuestrada.

—¿Es cierto que fue tu hija Celeste quien le hizo eso, Agustino? ¿No fueron los Garibaldi? —escuché a todos pidiéndole explicaciones a Agustino. Esto cada vez se ponía mejor, y era solo el inicio. Si no los necesitara para enterarme de los secretos familiares, los iba a eliminar yo misma.

 Dante pasó mucho tiempo regañándome porque me había advertido de que no los delatara con esas gentes. Me dormí escuchando todo lo que me decía. Cuando me desperté en la mañana, lo vi dormido
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