El café se derramó sobre mi falda cuando intenté tomar un sorbo. Maldije por lo bajo mientras buscaba una servilleta en mi bolso. Era la tercera vez esta mañana que cometía un error absurdo. La culpa la tenía él. Nathaniel Blackwell y su maldita presencia que no abandonaba mi mente ni siquiera cuando no estaba físicamente cerca.
Habían pasado tres días desde nuestro encuentro en su apartamento, desde aquel beso que me robó el aliento y la cordura. Tres días intentando convencerme de que podía manejar esta situación, de que era una profesional y que este matrimonio falso era solo un contrato más.
Mentira. Todo era una gran mentira.
—¿Estás bien, Sophie? —preguntó Megan, mi asistente, asomándose a mi oficina—. La reunión con el departamento legal comienza en cinco minutos.
Sentí que el estómago se me contraía. La reunión. Nathaniel estaría allí.
—Sí, gracias. Ya voy.
Me miré en el pequeño espejo de mi compacto. Ojos cansados, mejillas sonrojadas. Parecía una colegiala nerviosa antes de un examen. Me apliqué un poco más de labial, intentando darme confianza. "Es solo trabajo", me repetí. "Solo trabajo".
La sala de juntas estaba casi llena cuando entré. Abogados, ejecutivos y, por supuesto, él. Nathaniel estaba sentado en la cabecera, revisando unos documentos con expresión concentrada. Llevaba un traje gris oscuro que resaltaba sus hombros anchos y una corbata azul marino que hacía juego con sus ojos. No levantó la mirada cuando entré, pero de alguna manera supe que había notado mi presencia.
Tomé asiento lo más lejos posible de él, sacando mi tablet y fingiendo revisar mis notas. La reunión comenzó con la presentación del nuevo proyecto de expansión internacional. Debía estar concentrada, tomar notas, participar... pero mi mente solo podía registrar su voz grave explicando estrategias y plazos.
Fue a mitad de la presentación cuando lo sentí. Sus ojos. Sobre mí. Intensos, penetrantes. Levanté la vista casi involuntariamente y nuestras miradas se encontraron. No había sonrisa en su rostro, solo una intensidad que me atravesó como una corriente eléctrica. Continuó hablando sin perder el hilo, como si pudiera dividir su atención entre la reunión y desnudarme con la mirada.
Bajé la vista hacia mi tablet, pero las palabras en la pantalla se volvieron borrosas. Mi respiración se aceleró. ¿Cómo podía afectarme tanto una simple mirada?
—¿No está de acuerdo, señorita Bennett?
Su voz pronunciando mi apellido me sacó de mi trance. Todos me miraban.
—Disculpe, ¿podría repetir la pregunta? —logré articular, sintiendo el calor subir por mi cuello hasta mis mejillas.
—Preguntaba si tiene alguna objeción legal sobre la cláusula de confidencialidad para los nuevos socios en Asia.
Improvisé una respuesta coherente, agradeciendo mentalmente mis años de experiencia que me permitieron salir del paso. Nathaniel asintió, satisfecho con mi respuesta, pero vi un destello de diversión en sus ojos. El maldito sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Durante la siguiente hora, fue una tortura. Cada vez que levantaba la vista, él me estaba observando. No de manera obvia para los demás, pero yo podía sentirlo. Era como si hubiera establecido un canal privado de comunicación entre nosotros, uno hecho de miradas furtivas y tensión no resuelta.
Cuando la reunión finalmente terminó, me apresuré a recoger mis cosas. Necesitaba escapar, poner distancia entre nosotros.
—Sophie, quédate un momento —ordenó Nathaniel mientras los demás salían.
Mi corazón se aceleró. Permanecí de pie, aferrándome a mi tablet como si fuera un escudo.
Cuando la puerta se cerró tras el último ejecutivo, Nathaniel se acercó lentamente. No dijo nada, solo caminó a mi alrededor, como un depredador estudiando a su presa. Se detuvo justo detrás de mí. Podía sentir su calor, su respiración cerca de mi nuca.
—¿Sabes lo que me gusta de ti, Sophie? —susurró tan cerca de mi oído que sentí un escalofrío recorrer mi columna—. Que intentas tan desesperadamente fingir que no me deseas tanto como yo a ti.
Sus palabras me paralizaron. Quería responder, defenderme, pero mi cuerpo me traicionaba. Mis piernas temblaban, mi respiración se entrecortaba.
—Esto es... inapropiado —logré decir, aunque mi voz sonó débil incluso para mí.
Nathaniel rio suavemente, un sonido bajo y peligroso.
—¿Inapropiado? —Su mano se posó ligeramente en mi cintura—. Eres mi esposa, ¿recuerdas? Al menos ante los ojos de todos.
—Un matrimonio falso —le recordé, encontrando algo de mi fuerza—. Un contrato.
—¿Y si quiero renegociar los términos? —Sus dedos subieron lentamente por mi espalda hasta mi nuca, donde apartó suavemente mi cabello—. ¿Y si quiero que sea real?
Me giré para enfrentarlo, necesitando ver su rostro, entender si estaba jugando conmigo. Sus ojos azules me estudiaban con una intensidad que me robó el aliento.
—No juegues conmigo, Nathaniel —advertí—. No soy una de tus adquisiciones corporativas.
—No, no lo eres —concordó, acercándose más—. Eres mucho más interesante.
Antes de que pudiera responder, se inclinó y susurró en mi oído:
—Esta noche, cena en mi apartamento. Hay cláusulas de nuestro acuerdo que necesitamos... profundizar.
Se apartó con una sonrisa enigmática y salió de la sala, dejándome allí, temblando, confundida y, lo peor de todo, ansiosa por que llegara la noche.