La habitación del hospital se había convertido en mi nuevo hogar durante los últimos días. Las paredes blancas, el olor a antiséptico y el constante pitido de las máquinas formaban parte de mi rutina. Alexander dormía tranquilamente mientras yo observaba cómo su pecho subía y bajaba con cada respiración. Los médicos habían dicho que estaba fuera de peligro, pero el miedo seguía aferrado a mi corazón como una garra.
Acaricié suavemente su mano, trazando con mis dedos las venas azules que se marcaban bajo su piel. Parecía tan vulnerable ahora, tan diferente del poderoso CEO que había conocido. El hombre que tenía frente a mí era simplemente Alexander, el hombre que había derribado todas mis defensas.
—Deberías ir a casa a descansar —murmuró sin abrir los ojos.
Su voz me sobresaltó. Creía que estaba dormido.
—No quiero dejarte solo —respondí, apretando su mano.
Alexander abrió los ojos lentamente. Aquellos ojos que me habían cautivado desde el primer momento en que los vi.
—Has estado aq