La noche caía sobre la ciudad mientras observaba las luces que titilaban a través del ventanal del ático de Nathaniel. Me sentía extrañamente en paz, como si hubiera encontrado mi lugar en el mundo después de tanto tiempo vagando sin rumbo. Sus manos rodearon mi cintura desde atrás y su aliento cálido acarició mi cuello, enviando escalofríos por toda mi columna.
—¿En qué piensas? —susurró contra mi piel.
—En cómo hemos llegado hasta aquí —respondí, reclinándome contra su pecho—. En cómo un contrato falso se ha convertido en lo más real que he sentido jamás.
Nathaniel me giró lentamente hasta quedar frente a frente. Sus ojos, habitualmente fríos y calculadores, ahora ardían con una intensidad que me robaba el aliento. Era como contemplar el hielo derritiéndose bajo el sol del verano.
—Sophie —pronunció mi nombre como si fuera una plegaria—, nunca pensé que alguien pudiera traspasar los muros que construí a mi alrededor.
Sus dedos recorrieron mi mejilla con una delicadeza impropia del i