Hay momentos en la vida que se graban a fuego en la memoria. Para mí, uno de esos momentos fue cuando firmé aquel contrato con Nathaniel Blackwell. Recuerdo el peso de la pluma entre mis dedos, la textura del papel bajo mi mano y la sensación de vértigo en mi estómago. En ese instante, no podía imaginar que aquella firma cambiaría el curso de mi existencia para siempre.
Hoy, mientras observo el amanecer desde el balcón de nuestra villa en la costa italiana, ese recuerdo parece pertenecer a otra vida. El sol comienza a asomarse por el horizonte, tiñendo el cielo de tonos rosados y anaranjados que se reflejan en el mar Mediterráneo. La brisa marina acaricia mi piel y juega con mi cabello, trayendo consigo el aroma a sal y libertad.
Siento unos brazos fuertes rodear mi cintura desde atrás, y el calor familiar del cuerpo de Nathaniel contra mi espalda. Su respiración cálida en mi cuello me provoca un escalofrío placentero.
—¿En qué piensas? —susurra en mi oído, depositando un suave beso e